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de Rapallo y de cara a las tranquilas aguas del golfo genovés, escribió su espantoso libro con las enseñanzas del solitario Zarathustra. Lo que lleva siempre a los pueblos a la ruina son los extravíos de la inteligencia y los extravíos de la conducta: las malas doctrinas y las perver– sas costumbres. Es decir, tinieblas por una parte y corrupción por otra. Y contra las tinieblas y la corrupción no hay más remedio que la luz y que la sal. Precisamente, lo que han de ser los sacerdotes, según lo dijo el Divino Maestro: «Vosotros sois la luz del mundo y la sal de la tierra». Luz y sal: he aquí dos grandes necesidades ... Sobre las sociedades humanas se han lanzado, sobre todo en los siglos modernos, tremendas oleadas de tinieblas. Cierto pensador español (Eugenio D'Ors) ha podido resumir un principal aspecto de la Edad Moderna con esta gráfica frase: «Mentes nómadas escriben libros embria– gadores para los mismos sedentarios» («La His– toria en 500 palabras»). Gran número de inteli– gencias inquietas y extraviadas han escrito libros tan profunda o tan brillantemente penetrados de error, que han causado trastornos hasta en los mismos que parecían bien asentados sobre el sue– lo de la verdad... Y frente a estas oleadas de ti– nieblas, sólo la luz de Cristo -para irradiarla es– tá el sacerdote- puede esclarecer ante las socie– dades caminos de salvación. Quizá a veces el sacerdote hable a los hombres vulgarmente de cosas vulgares; pero con frecuen– cia les dirá cosas fundamentales, que a toda costa deben saber o que no deben olvidar. Las «men- 223

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