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LUZ Y SAL D EL inolvidable Cura de Ars, S. Juan Bautis– ta Vianney, es esta afirmación: «Dejad a los pueblos veinte años sin sacerdotes y sus moradores adorarán a las bestias». ¿No parece exagerado? Si se descuida, o se niega, lo que en la persona humana vive de espiritualismo y eternidad, no queda en el hombre más que biología; y cuando en el hombre no queda más que la pura biología, se cumple inexorablemente en la sociedad ayuella ley darwiniana de la «lucha por la existencia»: los biológicamente más fuertes, mejor dotados, so– meterán o exterminarán a los más débiles. Y lue– go vendrá el último paso: a quienes más fuerza vital demuestren, más voluntad de dominio y po– derío, se les glorificará como máximo ideal hu– mano con el título de «superhombres», aunque sean en realidad unas auténticas superbestias. Esto fue lo que hizo el pobre Federico Nietzsche cuando, ya próximo a la locura, bajo el cielo ligur 222

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