BCCCAP00000000000000000000749

tienen necesidad alguna ni de sacerdotes, ni de Iglesia, ni de Cristo. Cristo y los Apóstoles iban, ciertamente, tam– bién al logro de un mundo mejor aquí abajo; más por el camino de una seria y transformado– ra «conversión personal a Dios» ... Y en orden a esto, no hablaban de lo que los hombres más gustaran de oir, sino de lo que más necesitaban saber. Véase la proclama de S. Pablo al mundo de la Gentilidad (Hechos, 18-30) desde el Areópago de Atenas: ante unos hombres que sólo estaban a la caza de «últimas novedades» (Hechos, 17, 21), ante aquellos griegos que se interesaban mu– cho más por el buen decir de las cosas que por cosas auténticamente buenas (2 Co., 1, 22) ... Véase -y es un botón de muestra que siem– pre me ha hecho particular efecto- sobre lo que se le ocurre hablar al mismo Apóstol cuando es– tá detenido en poder del gobernador romano Fé– lix, y éste parece tener deseos de saber algo más acerca de aquello que Pablo anda predicando por tantas partes: «Unos días después, vino Félix con su mujer, Drusila, que era judía, y llamó a Pablo y le oyó acerca de la fe en Cristo Jesús. Mas como Pablo se metiera en explicaciones sobre la justicia, la continencia y el juicio futuro, estremecido Félix, le interrumpió: «Por ahora puedes retirarte; ya te llamaré otra vez cuando tenga tiempo» (He– chos, 24, 24-25). No le llamó más. Las cosas que decía Pablo desazonaban demasiado, para escucharlas a gus- 219

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz