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Dios se congrega primeramente por la palabra de Dios vivo, que debe ser buscada con toda exi– gencia en la boca de los sacerdotes. Como quiera que nadie puede salvarse si antes no creyere, los presbíteros o sacerdotes, en razón de ser los co– operadores de los Obispos, tienen por deber pri– mero el anunciar a todos el Evangelio de Dios ... A todos, pues, se deben los presbíteros, para co– municar la verdad del Evangelio, de que gozan en el Señor... Su misión está siempre no en ense– ñar su propio saber, sino en transmitir la Pala– bra de Dios e invitar a todos, con viva instancia, a la conversión y a la santidad». La hora actual de la Iglesia está resultando, por lo menos, muy difícil. Hay graves discrepan– cias en su seno; discrepancias, y hasta choques, de pensamiento y actuación. Muchos buenos ca– tólicos se debaten dolorosamente en una situa– ción de desconcierto, cuando no de agudas crisis de fe... Los alejados no vienen, y bastantes de los que teníamos al lado, se alejan... ¿No tendrá mucho que ver con tal estado de cosas el comportamiento de los sacerdotes en el ejercicio de lo que es su primer ministerio: ser– vir la Palabra de Dios? Hoy los sacerdotes «hablan», seguramente,. más que nunca, pues si antes muchos de ellos no se atrevían a «predicar», ahora todos, o casi todos, se dirigen con su predicación a los fieles, al menos en las misas dominicales. Entonces, ¿por qué la situación nada consola– dora que hemos dicho? ¿No será que ese «minis– terio de la Palabra», por el que «se congrega, se 217

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