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Es una equivocación creer que ya «tenemos el Evangelio en el bolsillo» y que el único proble– ma se nos presenta en el cómo presentárselo a los hombres. Cuando sea verdaderamente seria nuestra asi– milación del Evangelio, entonces no será gran problema el cómo presentarlo: su vivencia nos hará hablar de modo que en nuestra palabra vi– bre todo eso que tiene de «extraño» y «sorpren– dente» para sacudir a los hombres. Un día del tiempo de Pascua, S. Gregario Mag– no explicaba a los fieles de Roma el episodio de los dos discípulos de Emaús (Le., 24, 13-35), y les decía: «Mientras ellos sólo oían al Señor no queda– ron iluminados; cuando se pusieron a practicar lo que de El ya habían oído (ejerciendo la hospi– talidad con el "forastero"), recibieron plena ilu– minación y le reconocieron... »Entonces, quien quiera tener la mejor inteli– gencia de lo que vaya oyendo, póngase sin falta a obrar según lo que haya oído.» Sólo se conocen de verdad las cosas que se viven. Y sólo de ellas se habla con persuasión. 212
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