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amigos en sabroso diálogo: Chevalier inquiría, Bergson se desahogaba ... Según él, entre las co– sas que habían ido llevándole a la fe, había una de influencia decisiva: «la impresión causada por la lectura de los místicos, personas de cuya sin– ceridad no podía dudarse y que tantos datos aportaban sobre su experiencia directa de Dios..., ofreciendo así una prueba irrefutable de su exis– tencia». He aquí un hombre cerebral, un hombre «de pensamiento», y que, sin embargo, no es ganado para la fe a fuerza de «razones», sino por la fuer– za del «testimonio»: por el acento de verdad con que hablan unas almas (él señaló especialmente nuestros místicos Santa Teresa y San Juan de la Cruz) que han sentido a Dios y proclaman como saben su incuestionable experiencia. Ya sabemos que hay mil razones a favor de la Fe cristiana; pero quizá se encuentren otras mil, o por lo menos 985, en contra de ella: en un puro torneo de argumentos, es decir, en el terre– no de un especulativo razonar, nuestros resulta– dos serán siempre bastante mezquinos; en cam– bio, cuando la vida y la palabra «testifican» de verdad, aportando el acento inconfundible de lo ciertamente vivido y comprobado, todas las ob– jeciones o dificultades se desmontan ... Ha hecho bien Karl Barth en recordarnos a todos, especialmente a los llamados a ser «pas– tores» de almas, que la principal empresa es «tes– tificar», y que para ella hay que conocer bien aquello en torno a lo cual va a girar el testimo– nio. 211
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