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POR TIERRAS DE FRANCIA 87 obediencia. Se aflige sobre manera por ello. Cubre su cabeza con el capucho; se apoya en el púlpito y permanece :nmóvil, silencioso, durante largo rato. El auditorio se llena de admiración, pero los fieles esperan conmovidos a que el Santo hable. Entre tanto, aparece en el coro con sus hermanos. Canta el alle– luia y demás versos litúrgicos de que estaba encarga– do. Había pasado una hora recogido en el púlpito. De pronto, se endereza y continúa su sermón con una elocuencia incomparable. El fruto del sermón fue co– piosísimo. Tenía el Santo un libro que conservaba en gran estima. Era ur: Comentario de los Salmos. Hay quie– nes afirman que estaba compuesto por él mismo. Lo cierto es que había escrito en él varias notas y que se servía de él para dar sus lecciones, para predicar y hasta para hacer su propia meditación. Un novicio, tentado de dejar la Orden y volverse al siglo, pensó que aquel manuscrito de Fray Antonio le sería de gran utilidad. Tal vez podría venderlo y le darían una gran suma de dinero. Una noche, entró a hurtadi– llas en la celda de Fray Antonio, cogió aquel libro y se dio a la fuga. Al darse cuenta el Santo de aquel robo alevoso, lleno de pena por la desaparición de su libro predi– lecto, acudió a la oración y pidió al Señor con todo fervor de hallar de algún modo el libro desaparecido. En el instante mismo en que Fray Antonio oraba,
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