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136 FRAY CANDIDO DE VIÑAYO, O.F.M. CAP. quezas y placeres del mundo son nada para el que una vez tan sólo ha visto la hermosura del Señor. Con el tiempo, abandonó el mundo y vistió un hábito de penitencia. La visión del Niño Jesús viene a ser como el sello y marca en la vida de San Antonio de Padua. Céle– bres artistas, sobre todo Murillo, se inspirarán en ella para evocarla en sus obras. La imagen de este Santo no se representará al pueblo sino con el divino Niño. Esta es su característica. Es probable que esta visión se repitiera en la vida de nuestro Santo. Mas lo que no cabe duda es que ella pone de manifiesto el grande amor que San An– tonio conservó toda su existencia a Jesucristo. Este amor le había dejado herido, inflamado, transportado. Este amor era lo que abrasaba su alma de apóstol, a fin de que fuera de ciudad en ciudad predicando el Evangelio. Jesucristo lo tenía por completo enajenado, enamorado, como fuera de sí. Por eso no es extraño que Jesús se sintiera atraí– do hacia San Antonio y le hiciera objeto de sus pre– dilecciones hasta hacerle gozar de una manera sensi– ble sus divinas caricias. Santa Margarita M.ª de Alacoque pone a San Antonio juntamente con San Francisco «entre los predilectos del Corazón de Je– sús)). Y otra vidente nos refiere una visión en la cual se le manifestó el mutuo amor de Jesucristo y San Antonio. Dice lo siguiente :

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