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ANTE LA TUMBA DEL PADRE 113 una excursión al monte Alvernia, donde el Santo Fundador había recibido los sagrados estigmas de Cristo. Las rocas, los barrancos, los árboles y los arroyos de aquel santo monte le recordaban la es– tancia del Pobrecillo, la que había culminado con la aparición del alado Serafín, que le dejó todo herido de amor y de dolor. Con todo esto, el alma ardorosa de Fray Anto– nio se afervoraba de una manera increíble. El ama– ba también la soledad, el retiro de la santa contem– plación y, sobre todo, amaba a Cristo, con el cual deseaba transformarse íntima y totalmente, como lo había hecho el Seráfico Padre. Después de ser nombrado Fray Antonio Pro– vincial de la Romaña, partió luego a esta Provincia a visitar los conventos y exhortar a los frailes a una santa vida. Con todo, aun en medio de las tareas de su Provincialato, siguió ejerciendo su apostolado entre los fieles cristianos. Predicó en varias ciudades con el mismo fervor y la misma sabiduría de siempre. Aunque no se sabe cuando, al parecer fue por estas fechas enviado a Roma por el Ministro General para tratar cierto asunto. Estando en Roma, fue in– vitado a predicar en la Corte Pontificia por el Papa Gregorio IX, gran admirador de Francisco de Asís y muy amante de la Orden Seráfica. El auditorio era numeroso y selectísimo. Había

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