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NUEVO ASCENSO 105 lluvia de la divina gracia se había derramado sobre aquellos hombres que habían escuchado con santo recogimiento la palabra de Dios predicada por Fray Antonio. Aunque el celo por la gloria de Dios y la salva– ción de las almas devoraba el alma de Fray Anto– nio, en medio de su actividad apostólica sentía ansias de soledad. Es verdad que, no obstante aquel movimiento y agitación que requería su siembra evangélica, conservaba siempre el espíritu de ora– ción y devoción, según se lo había recomendado su Seráfico Padre. Pero deseaba un trato más conti– nuo y más íntimo con Dios. Apetecía algún lugar solitario en que pudiera mantener su espíritu in– merso en la divina contemplación. Por eso, se llenó de alegría cuando un devoto, rico habitante de Brive, edificó para los Frailes Me– nores un pequeño eremitorio en medio de un bosque, poblado de encinas y castaños. Aquello le recordaba a Olivares y a Monte Paulo. Cuando le dejaban li– bre los trabajos de su cargo de Custodio y las ta– reas de su apostolado, se retiraba allí para orar y hacer penitencia. También en este eremitorio había una gruta muy parecida a la que habitó en Monte Paulo. En ella permanecía retirado Fray Antonio y transcurría horas enteras en altísima contemplación. En aquella soledad, respiraba a sus anchas, todo absorto en el
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