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de su vida, haciéndoles hastiosa la amenidad del lugar, amargando sus pequeños placeres... Hasta que un día Emasensén, el más enérgico, el más decidido de todos, honrando su nombre, que significa tl'otacaminos, 1·asgó el espeso manto que envolvía en un misterio el recinto de la Gran Sabana, saltó por el boquete, detrás brincaron sus compañeros, y empezaron a abrir pica a través de la sierra de Lema. ¡Ala y ala ! Las manos se les herían de tanto rom– per maleza, los pies se les desollaban de tanto caminar .por espinos y troncones. Bajaron ingentes montañas, bor– dearon enormes prec.ipicios, salvaron abismos sin fondo tendiendo gruesos árboles que amarraban con bejucos, dcslizáronse por ellos, atravesaron bajumbales sin cejal' atrás ante obstáculos al parecer insuperables... ¡Ade– lante! siempre adelante en busca de algo que apetecían sin conocerlo, algo que ansiaban sin imaginarlo. Alcanzaron las fuentes del Cuyuní, improvisaron una canoa con la corteza de un á1·bol, siguieron el curso del J:Ío ... ¡Boga y boga!. .. Un ruido monótono, continuado, les extremeció. El mido se agrandaba poi· minutos en proporción que lo tenían más cerca. Llenos de pavor se acurrucaron bajo los árboles de la orilla. A poco, apareció un bulto, una canoa sin remos cortando majestuosa las aguas: era una embarcación motorizada de blancos que subían a los yacimientos auríferos de Morajuana. Divisaron éstos a los indios desnudos, acurrucados, y les llamaron con gritos salvajes. Mudos los indios ante aquella visión, ate– rrados por el ruido del motor y los gritos de la jauría minera, palidecieron, les faltó hasta el valor para huir. Siguió la lancha su remontajc; se perdió en la leja– nía .. . ; el ruido se desvaneció. 91

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