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en su dulce mecimiento, dijo usí el patriarca indio: -El nombre de Temekán aquí en la tierra fue Chi– rikavái. Su suegra, que le odiaba, poníale en la comida pes– cados ruines que hechiceramente sacaba de lugares in– mundos. Nada sabía la esposa de este ai-te indecoroso usado por su madre, pero sí Chirikavái, porque como piasán (1), tenía la virtud de conocer los secretos de los indios, y, enojado, llenó de cuarzos cortantes el camino por donde la suegra solía bajar por agua al río, cubriéndolos con la sustancia resbaladiza que destila la hoja de plátano. -¡Ea, voy a pescar! -dijo la suegra simuladamente, según costumbre, así que amaneció. -Se fue ... ¡Cataplún ! Resbalóse al pasar por los cuar– zos. Comprendió entonces que eso había sido trama de Chirikavái pna castigar sus artes indecorosas. Avergonzada, heúda y maltrecha, llegó hasta el río, arrancóse el corazón y lo arrojó al agua, el cual se con– virtió en ereda (planta acuática con hojas en la superfi– cie de forma acorazonada), para perpetuidad. Ante la tardanza de su madre, salió Uayurarí -és– te es el nombre de la esposa de Chivikavái- a ver si le había ocurrido algo, y viendo el suelo regado con san– gre, entró en sospechas y allí mismo juró venganza. Pasó el .día. Amanecido que hubo, dijo Uoyurarí a su esposo: -No tengo onoto para pintarme ; vamos a buscarlo. Ambos se fueron a la montaña, y al subir Chiriká– vái al árbol, ¡tac!, Uayurarí cortó la rama sobre la cual Chirikavái e'staba apoyado. (1) "Piasánn es el brujo o cm-andero de los indim. 87

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