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--Entonces -repuso otra-, ¿por qué no va nosotros fuera para que aprendiendo? En esto, uno a uno, por la vereda que del monte, trae, llegaban los indios, viejos y muchachos, arco en ma– no y cerbatana al hombro. Una gallina de monte era to– do el botín de caza ; la tristeza invadía sus rostros. Las matronas, dejando su tarea, entraron . en el oscu– ro rancho para volver con sendas cazuelas de barro, hir– vientes de aurosá. Colocadas sobre el duro suelo, blanca tierra por mantel, el más anciano, el patriarca, sentóse en cuclillas a su lado y con voz ronca dijo: -Tumá seré, dakó, moyí, pipí... (Aquí está la co– mida, cuñadv, yerno, hijito ... ), llamando por el distinto vínculo familiar a todos los presentes. Ocupó cada uno su puesto alrededor de las ollas, mo– jando todos el cazabe en el mismo caldo picante, y con tanta prisa menudeaban que no daban paz a la mano. Tur– nó de boca en boca la camaza de kachirí y, después de llenar su estómago de aquellas hierbas y brevaje, se le– vantaron no muy satisfechos, pero diciendo cortésmente al jefe: -Ailé man (Está bueno). 2.-¿QUE FUERON ANTES LAS ESTRELLAS? El crepúsculo se había desvanecido. Silenciosas, una por una, iban brotando las encantadoras estrellas en la inmensa pradera del cielo. El venerable patriarca, para disipar a los suyos el malhumor por la falta de carne y otros manjares, empezó a contarles los mitos y leyendas que había aprendido de sus antepasados. -Hijos míos -les dijo-: Esos puntos diminutos que veis sobre vuestras cabezas, antes de la gran crecien- 84

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