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yo me dé cuenta), siento que doy la vuelta (iba cabeza abajo) y empiezo a elevarme. Al llegar a la superficie, mi cabeza chocó contra algo duro; instintivamente echo las manos y me agarro a ello con fuerza; era la curiara de la cual me había caído. Lo inexplicable es que, en virtud de la corriente, yo debía hahe1· aparecido quince o veinte metros más ahajo, y vine a flotar en el mismo punto por donde me había sumergido. Hago un esfuerzo por saltar a la curiara, pero no pue– do ; ésta se ladea y se llena hasta la mitad de agua. El indio, sin moverse de _su sitio, grita: -¡Eh, no salte, que va a hundir la canoa y me aho– go yo! -Así aprenderás, indio torpe, a contenerla para otra vez -contesté. Al segundo esfuerzo logro entrar en ella; la achica– mos; la encostamos de nuevo al bote y subo a él sin otro daño que una buena mojadura. Miro al padre Provincial y le veo pálido, desencajado. - ¿Qué? ¿Yo me di el gusto y vuestra reverencia se llevó el susto? No se aflija; no se ha perdido más que el queso. -El queso está aquí -grita el indio desde la curiara. - ¡Ah! Pues entonces no se ha perdido nada. Me cambié de ropa, y aquí estoy, lector; todavía vi– vo de milagro, para contártelo. 80

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