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tó uno de los del barco-. ¡Capitán, vamos a desayunar– nos con leche y requesón! -Pero lo que es, mi bote yo no lo llevo a costa ni lle– vándolo, porque este sitio y que es peligroso, dicen los entendidos -contestó el patrón. -Nos vamos en la curiarita -replicaron oll·os entu– siasmados. Soltó el capitán toda la cadena; ancló el bote en medio del río; bajaron la curiara, y fueron saliendo de tres ·en tres a la orilla. -¿Vuestra reverencia no quiere Íl' a tomar leche fresca ·? -pregunté al padre Provincial, con deseos de darme yo también ese gusto. -No; yo no estoy ya pai·a esas gracias -contestó. -Entonces, con su permiso me voy a visita1· a aquellas buenas personas. -Vaya, y no venga sin algún quesillo. Salté del bote a la curiara ; llegué a tierra ; conversé con la gente; les compré un queso y, como los demás seguían en charlas y bebederas, dije al indio remador que me tornara al bote, pues no quería dejar al padre Provincial mucho tiempo solo. Ibamos los dos íngrimos, como dicen los guayaneses, en la caona. Encostamos ésta al bote y, al levantarme para agarrar la borde de él con una mano, teniendo en la otra el queso, la enriara se escoró y yo marché por entre el bote y la curiara de cabeza al río con hábito, zapatos y toda la vestimenta. El río en aquel lugar no tend1·á menos de catorce bra– zas de hondo; la corriente es impetuosa. Según bajaba a los profundos, vino a mi mente esta idea: - ¡Adiós... ; me hundí! ¡Y no sé nadar 1 En esto, sin hacer esfuerzo alguno por m.i parte (que 79

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