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del llanto. Yo nunca los he oído llora1· ni sé que hayan atrapado a alguna persona con este engaño. Mas sí he conocido durante mi vida de misionero varios casos de muchachos arrebatados por el caimán cuando se hallaban bañándose. La mayor parte de las desgracias que infligen estos fetiches del río son debidas a falta de precaución al bañarse o al lavar la 1·opa, o a exceso de confianza. Mas estando precavido, uno puede librarse de la acometida del cimán dentro y fuera del agua. Nunca he oído que ataque embarcaciones, ni las más pequeñas de los indios. 8.-« ¡ADIOS ••• ; ME HUNDI ! » A las dos de la tai·de bogábamos por donde el Orino– co tiene más fuerza y abarca una anchura respetable, ¡cuatro kilómetros! Levantóse viento de marejada quepo– nía a la barca en zozobra, por lo que hubimos de reple– garnos a todo escape hacia un recodo tranquilo y esperar allí nueva bonanza. Jamás en mi vida olvidaré este sitio, por lo que me sucedió en él años después y que voy a referir aquí, ya que la oportunidad me lo brinda. Giraba el muy reverendo padre Agustín de Corniero, Ministro Provincial de los Capuchinos de Castilla, la vi– sita canónica a las casas del Vicariato, y me tocó acom– pañarle de Upata a Tucupita. Viajábamos en un tres– puños de regular tamaño con la seguridad de quien na– vega en un trasatlántico. Otras veinte personas iban con nosotros en el mismo bote. Eran sob1·e las ocho de la mañana, y a nuestras narices llegó un olor intenso a que– sería. -A1lá está la majada, sobre la misma orilla -gn- 78

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