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sa se hacen retratos del misionero, pintándole como lleva– do en palmitas por encima de todos los peligros, adoctri– nando a los salvajes con el crucifijo en una mano y el estandarte de la Virgen Santísima en la otra, cayendo mi– llares de infieles a sus plantas en solicitud del bautismo. Si te das un paseo por todos los establecimientos misio– nales de nuestro estilo, convendrás, lector, conmigo en que éste es un retrato ideal; el real, el más frecuente y menos conocido es este otro que te voy a trazar en dos pinceladas: el misionero descalzo, con el azadón en una mano y la paleta de embarrar en la otra, labrando la tie– rra o edificando pared. Esta es la primera imagen, la más frecuente, y necesaria para llegar a la otra. 6.- jGASOLINA ! jGASOLINA ! Emprendimos el regreso hacia nuestro punto de par• tida. Los ojos iban puestos en la temible Barra de Can– grejos que otra vez debíamos atravesar; mas, por fortu– na, no estaba tan alborotada; las olas nos cogían de po• pa y, aunque no dejó la lancha de tener sus fuertes ba– taneazos, mas todo fue bizcochuelos y pan tierno en com– paración de la anterior travesía. A poco de pasar la Ba– rra se accidentó el motor ; el mecánico Mogollón, con su pericia inusitada, lo arregló en un dos por tres, y con viento próspero llegamos a Curiapo, donde dejamos al mal práctico cogido, buscamos gasolina en vano y segui– mos adelante con el presentimiento de quedarnos en me– dio del río por falta de este necesario elemento. Al pasar por El Toro preguntamos: -¿Hay gasolina en este villorrio sin comercios? -Casualmente hay doo latas que ayer dejó un tran- 76

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