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do espuma. La lancha se lanzó a desafiarlas, y ei·a de ver la gracia con que subía y bajaba, cual botijo pemlero. Los minutos nos parecían eternidades; los corotos que llevábamos rodaban sin cesar, y todo lo que hubo de frá– gil se rompió. Nosotros, pálidos y desencajados, nos agarramos fuertemente a los bordes de la lancha y nos encomendamos a todos los santos de la corte celestial. Al fin, después de dos horas de lucha · y tensión, ganamos la batalla metiéndonos por la apacible boca del río Ama– euro. No pudo faltar su sainete a esta osada aventura. Mien– txas nosotl"Os bailábamos en la lancha al son que tocaban las olas, una de las religiosas misioneras dormía como un ángel en el banco de la popa. Cuando íbamos bogando ya sobre aguas tranquilas, se levanta y pregunta exaltada: (q Es ésta la barra?». 3.-EL RIO AMACURO. Aquello era una balsa de aceite. El río Amacuro es uno de los afluentes más importantes que tiene el Ori– noco en su curso inferior. Nace en la sierra de lmataca y, después de un curso de 260 kms., de los cuales 150 son perfectamente navegables, desemboca en la Barra de Cangrejos o Boca de Navíos. Su anchura en este punto es de ciento veinte metros, y su profundidad de unos cuarenta pies. Tiene más de sesenta afluentes, casi todos ellos navegables en pequeñas embarcaciones ; algunos, co– mo el Cuyubin.i, Guaracaba y Carapo, tienen más de vein– te metros de anchura. Sus aguas son de color café claro. Desde la boca hasta el caño J ayoba, así llamado por los indios Siburujana, el cual está en la margen derecha, 7l
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