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da la primera nota de impericia. ¿Qué hacer entonces? - ¡Atrás; hemos , varado l -grita el mecánico Mogo– llón. En efecto ; la lancha iba de proa por un banco de arena. Logramos sacarla ; mas, a los pocos pasos, ¡vuel– ta la burra al trigo ! Entonces comprendimos que con tal práctico no podíamos meternos en la barra de noche, y tuvimos que aguardar a que amaneciese. A las siete de la mañana nos lanzamos resueltamente a atravesarla, mas véase la pericia del práctico que, en vez de dirigirnos hacia el río Amacuro, se deja dominar de las olas y, cuando nos percatamos, estábamos ya casi en pleno mar. El pánico invadió a todos; Monseñor man– dó que inmediatamente virasen hacia atrás, sucediera lo que sucediese. Y lo que sucedió fue que, con el cam– bio brusco, se prndujo una falla en el motor, quedando la lancha a mel'ced de las olas, que la llevaron contra un acantilado de espinos. A ellos nos agarramos como a ta– bla de salvación. Dos horns, como dos eternidades, duró esta posición violenta, tras de la cual, venida la calma, a remo teñido en sangre de las heridas causadas por los espinos, nós replegamos al estrecho caño de Cangrejito. Allí el me– cánico Mogollón compuso el motor en un periquete, y tomamos algo que no nos sentó muy bien. -¿ Y ahora qué hacemos? -pregunta el mecánico. -En Curiapo, por lo visto -replica Monseñor-, no hay otro práctico. La h8l'ra hay que atravesarla; y de aguardar a mañana, ¿,por qué no hacerlo hoy? Así que ¡Santiago y a ello! Eran los dos de la ta1·de ; el tiempo peor. Las olas amenazaban nuestra osadía con fieros bramidos, vomitan, 70
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