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aspecto encantador a pámera vísta. Hállanse todas en el río levantadas sobre pilotes, y las calles son los puen– tes de manera que van de unas casas a otras. Sus habitan– tes se dedican a la extracción de madera y pesca d.e mo– rocoto. · ,Teníamos que entrar en este lugar a buscar un prác– tico, porque el que llevábamos no conocía el camino a se– guir. Ignorando la 1·uta de entrnda en el puerto, nos quedamos en medio del río hasta que viniese alguno a condu~irnos ; por cierto que no era nada agradable aque– Uo ; el viento soplaba del mar y producía un oleaje me– nudo que tenía a la lancha en continuo balanceo. En el puerto no. había sino miserables curiaras y, con aquella marejada nadie se atrevía a salir en ellas para pi-estar– nos auxilio. Al fin, después de horn y media, se acercó el más valiente, llevándonos por sitio seguro, y descan– samos unos minutos mientras se encontraba el nuevo prác– tico ; serían como las siete de la tarde. No tardaron en traernos uno que dijeron conocía el camino como los dedos de sus manos. «Veremos>>, diji– ~os para nuestro capote y, metiéndonos en la lancha hi– cimos la señal de la cruz, nos despedimos cortésmente de los que salieron a recibirnos _y, boga bogando, íl:iamos hacia el temible paso de la Barra de Cangrejos. Es éste el punto donde el río Orinoco vierte sus aguas con toda fueza en el Atlántico, y su boca tiene una an– chura de veinticuatro kilómetros. Por ser el lugar don– ele la corriente del río choca contrn las olas del mar sue– le de ordinario estar alborotado, y atravesarlo entonces, es' exponerse a peligro inminente de sumergirse. La mejor ocasión suele ser hacia las primeras horas de la mañana, que es cuando está más ·en calma. ' Intentamos hacerlo; pero ·el práctico dio en segui- 69

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