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gistrándose catecúmenos adultos y confirmados de edad provecta. Todos quedaron muy animados. Les obsequia– mos con algunas telas, collares, etc., y nos despedimos hasta pronto. 8.-UNA VIVIENDA PALAFI'l'ICA. Seguimos el curso del caño Nabasanuka. Como el p1·áctico no conocía bien el camino, varó dos veces la lan– cha en la barra que forma el Sakupana y el Araguao al desembocar juntos en el mar. Se nos entró por medio la noche y a altas horas . divisamos una luz en la lejanía. Supusimos que se~ía alguna ranchería de indios y a ella nos encaminamos. Los ranchos estaban elevados más de tres metros sobre el terreno fangoso, y la subida a ellos era por un palo de manaca inclinado. Esta medida la toman para dificultar la subida a bichos y animales que abundan en aquella región. Por dicho palo tuvimos que trepar como los muchachos cuando suben a los árboles. Al punto se despertaron los moradores y, advirtiendo la presencia de gente extraña, se descolgaron 1·ápidamcnte por los horcones de los 1·anchos y, chapuceando po1· los barriales, fueron a esconderse en la espesm:a .del bosque, amparados por la oscuridad de la noche. Les gritamos, les llamamos en su propio idioma, diciéndoles que éramos gente pacífica, brindándoles amistad y ofreciéndoles re– galos. No se oyó una respuesta. Colgamos nuestras hama– cas y nos echamos a dormir. Al amanecer, preparamos un suculento desayuno y, t¡n vista de que no regresaban los indios, dejándoles al– gunos regalos en el rancho, seguimos por el Araguao arri-. ba, cogiendo después el A1·aguaimujo, y llegamos a la ca-. sa misional con la puesta del sol.

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