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so el objeto de nuestro viaje, invitándolos a que regresa– ran a la ranchería próxima, en la cual íbamos a detener– nos nosotros. O'bedecieron puntualmente, pues algunos eran ya conocidos del Padre y bautizados por él en ex– cursiones anteriores. Una hora tardamos nosotros en llegar con la· lan– cha y, mientras venían los invitados, el padre Santos pi– dió al cacique que mandara sendas comisiones a las otras rancherías de su jurisdicción para que acudiera toda la gente. Era entre dos luces cuando empezaron a afluii- cara– vanas indieras por patrullas de a quince y de a veinte. Los jefes venían elegantemente vestidos a la europea, de pantalón la1·go, camisa y chaqueta, sombrero de paño y corbata, portando su bastón o insignia de mando. Es de advertir que estos indios de los caños tienen algún ro– ce con la civilización, pues a veces se llegan ellos mismos hasta la capital del Territorio a vender chinchorros, pá– jaros domesticados y otros artículos con los que compran sus vestidos, o a veces van los criollos hasta sus ranchos a comprárselos. Los indios rasos traían pantalón corto y camiseta, maracas chiquitas en los h1·azos que producían sonido al caminar, flecos hechos de telas deshiladas y plu– mas de varios colores, ajorcas en los pies y colmillos de mono por pendientes en las orejas. Las indias vestían un camisón ancho y largo, de colores, sin mangas, y collares hechos de abalorios, conchitas de moluscos, huesos de frutas, colmillos de animales, etc., dando cinco y seis vueltas alrededor del cuello hasta la mitad del pecho; su frente y mejillas pintadas de onoto. Los niños y niñas, a la cordobana, con sólo un guayuco o taparrabos. Al enti-ar en la ranchería saludaban todos primero al cacique, que los recibió sentado a horcajadas en 62

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