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Y por más variadas preguntas que se les hizo no se les arrancó otra respuesta. Agudo dolor era el que arrancaba a nuestros corazo– nes el estado de aquellos seres infelice.s, cuyo delito no era otro que el haber nacidp en la cárcel de la jungla, ni otro crimen que el haberse desarrollado fuera del palacio de la civilización. Ante este cuadro, el más verídico, el más frecuente, el más real, deberían sentarse los .indigenistas opuestos u la culturización de las tribus salvajes, para escribir que los indios son felices en el plano en que viven, que la cultura moderna no les acarrea mayor felicidad, y aque– llos que califican de dictadura el civilizarlos sin su con– sentimiento. ¿ Qué respuesta espontánea van a dar e$OS seres abyectos que, por la fuerza del hábito, no tienen ,,alo-r., son incapaces de apetecer el resurgimiento? 7 ,-CORAZONES QUE SE ABREN. Deli Yaguaraimabo pasamos al caño Nabasanuka y, al doMa:r la primel'a vuelta, divisamos cinco curiaras, cu– yoE" n'(';Jme:ros hogahan a la par con rítmico canaleteo : «Tan, ta-ta, tan tan, ta-ta, tan tan, ta-ta, tan». Acodamos la marcha para entrevistarlos. Venían los Cll\JUCfü; repletos de gente de toda edad y sexo; loros, guiiac11,mayos, arrendajos, mapires, utensilios de caza y pes– iia ; cachivaches... no cabía un alfiler más.. La borda ro– ;¡:al:J¡¡¡ d nivel ac1.1ático que daba vértigo. EJ padre Santos les saludó en su idioma y les expu- 61

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