BCCCAP00000000000000000000745
co, doy manotadas a diestro y siniestro, encojo los pies, escondo las manos... ¡todo inútil! Desesperado, me levanto, abro el foco y... no uno, dos millones de zancudos hambrientoe se habían introdu– cido por un pequeño hueco del mosquitero que yo no había visto. Me marcho de allí, voy para la habitación... El calol' y los mosquitos me acosaban sin tregua. No tuve otro remedio que salir y pasar la noche en guardia, como un centinela, paseando por las afueras de la casa. ¡Con cuánto gozo saludé la venida del día, aunque fuera para freírme l 6.-TRES INDIOS FLACID0S Y MUGRIENTOS. Diligentemente preparadas todas las cosas, reanuda– mos la maI'cha caños adentro con el fin de visitar algu-. nas rancherías indígenas y ejercer los sagrados m1ms– terios. Se asoció a nosotros el mencionado padre Santos como conocedor de los indios y de su idioma. Seguimos el cm·so de Arguaimujo, internándonos lue– go po1· el Yaguaraimabo, lal'go, estrecho, tortuoso, in– terminable... ¡Ni un alma! ... De cuando en cuando s.a– cudía nuestro sopor algún guacamayo de vistoso pluma– je y canto discordante. Los monos araguatos, subidos a las copas de los árboles como vigías de la soledad, lanza– ban alaridos estridentes y hacían pimetas de impecable estilo acrobático. De trecho en trecho, sobre las salientes ramas, una guacharaca o un martín pescador miraban de reojo las turbias aguas, dispuestos a lanzarse como una flecha sobre los incautos pececillos. A veces, sobre la verde hierba de la or.illa, alguna garza, blanca como la nieve, erecta sobre sus patas largas y amaiillas, pei-rnane– cía inmóvil hasta que nosotros nos aproximábamos; en– tonces, se levantaba dando grandes aletazos e iba a po- 59
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz