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Como éstos hay otros nmos en los que palpablemente se ve el cambio notable que en ellos obra el beneficio de la fe. Ellos son la alegria de la casa, el consuelo de todas nuestras penas y trabajos. Bien conoce Dios nuestra fragilidad; por eso con ti– no y gracia sabe mezclar estos consuelos entie las aflic– c ione~, a fin de que nuestro corazón no desfallezca.» 5.-NOCHE DE GUARDIA. La noche había entrado por medio y era forzoso bus– Célr descanso. Mas, ¿dónde? En la habitación que me señalaron hacía un calor sofocante. Husmeando los edi– ficios no encontré otro sitio más fresco que un desván encima del gallinero, y allí colgué mi chinchorro al lado de otro misionero que también buscaba las alturas, el padre Alvaro de Espinosa (I). Extendimos los mosqui– teros, rezamos las oraciones, apagamos la vela ... Mas, antes de que acudiera el sueño a aletargar mis miembros, un mosquitillo se acercó afinando su violín. Di un manotazo en la oscuridad y creo que lo hice tri– zas. Alegrándome estaba del éxito, cuando siento aco– metidas por la cara, manos y pies -el excesivo calor no me permitía arroparme con la manta-. Me revuel- (1) El P. Alvaro es hoy Vicario Apostólico de la Misión de Tueupita. Nacido en Espinosa de la Ribera (León, España) el 27 de septiembre de 1905, tomó el hábito Capuchino el 15 de agosto de 1922 y se ordenó sacerdote el 14 de junio de 1930. Un año más tarde -21 de junio de 1931- se incorpora a la Misión del Ca– roní y ejerce sucesivamente los cargos de Superior de Araguaimujo, de Santa Elena, párroco de Tumeremo, de Tucupita, repetÍdas ve– ces Consejero del Superior Regular, Provicario Apostólico, hru,ta que, al ser creada la nueva Misión de Tucupita, es consagrado Vi– (',ario Apostólico el 8 de julio de 1956 y sigue ejerciéndolo lauda– blemente en la actualidad. 58

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