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za creciendo, los indios aumentando ... Después se agre– garon las Hermanas Misioneras, y así hemos llegado a lo que • tenemos hoy: dos colegios hermosos llenos de in– dígenas que rezan y hablan en español, que trabajan, ·· juegan y visten como los niños civilizados.» 4.-DOS BOTONES DE MUESTRA. «¿Ve aquel indiecito que está ahora con la Religiosa recogiendo las gallinas? Pues, huérfano de padre, cu– bierto de llagas y el vientre abultado por los anquilos– tomos, fue traído por nosotros de chiquitín a la Casa• Misión. Hoy cuenta ya seis abriles; conoce a Dios, a la Virgen, y los ama; está aprendiendo a leer y es felicísi– mo. Es un encanto ver cómo abraza a las Hermanas y con qué gracia les da la bendición sonriente y satisfecho, ceremonia que termina siempre dándoles a besar la mano. También hace lo propio con los pollos y gallinas, pero los muy cucos no se la quieren besar. Cuando por broma le decimos que le vamos a volver a Güiniquina, que es el rancho donde él vivía, se abraza llorando a la Hermana y no hay quien le despegue. Aquel otro que sale ahorn con la Hermana ele la capilla, huérfano de padre y madre, fue recogido cuando contaba nada más que catorce meses; ni andaba ni se tenía de pie. Pern poco a poco ha ido desanollánclose, no al modo de los indios, esquivo y huraño, sino lo más gracioso y comunicativo con todos. Tiene gran placer en ir a la iglesia y coger agua bendita de la pila, aunque no la alcanza; luego se dirige al crucifijo que hay en la credencia rno se aparta hasta que le suben parn besarlo; intenta ponerse como los Padres, de rodillas con los bra– zos en cruz, pero no se tiene y se cae. 51

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