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po1· cuatro de ancho, sin ajuar, sin bastimento, tan lejos del mundo civilizado, entre unos seres incultos, suma• mente pobres, desconocedores del idioma que él ha– blaba y desconocedor él del que hablaban ellos.... Con todo, desde el primer momento se dio trazas -y aun parece que el cielo le ayudó- para aprender tan pere– grino lenguaje y empezar a ejercer luego el divino apos– tolado. <CLos indios -continúa el padre Santos-, bien por la novedad, bien porque esperaban algo, acudían pre– surosos a mi requerimiento. Yo les entretenía enseñán– doles cánticos y oraciones, y, sin pretenderlo, formé un bonito coro que me amenizó la Semana Santa, de la cual lo más saliente fue esto: El día de Viernes Santo les mandé que trajeran dos leños bien cuadrados, con los que hice una gran cruz y, luego de bendecida, alcé justamente a las tres de la tarde el emblema de nuestra redención, que poi· primera vez cobijaba bajo sus en– sangrentados brnzos a estos pobres salvajes. Todos mira– ban atónitos, como queriéndoles saltar de la cara los ojos. Enarbolada la Santa Cruz, les entoné el cántico: Venid, oh guamos , la Cruz adoremos, la Cruz ensalcemos que al mundo salvó. lVlientrns unos cantaban, desfilaban otros por delan– te de ella, haciendo reverencia y besándola. Tanto me conmovió la escena de aquellos indios adorando la Santa Cruz, que, por mucho que viva, jamás se me olvidará. En mayo se incorporaron a ayudarme otros dos mi– sioneros, y pronto la casita se fue agrandando, la labran- 56

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