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de donde tomó la advocación; las romerías de compac– tas muchedumbres, procedentes de dentro y fuera de la isla, que continuamente afluyen a su santuario ; las pro– mesas que él había visto cumplir a muchos, caminando unos de rodillas cientos de metros, otros recorriendo a nado, pecho por tiena, ese trayecto por haberse visto libres de manifiesto naufragio, merced a la protección de la Virgen Santísima, y los buceadores llevándole las mejores perlas que han sacado del fondo de los mares... Así fue que insensiblemente navegamos gran parte del trayecto. Eran las cuatro de la tarde. Me incorporo sobre la toldilla de la lancha para ver si asomaba algún cambio de paisaje ... ¡Nada! ¡Agua y árboles!. .. Al poco rato, la horqueta donde se bifurcan los caños Araguao y Arn– guaimujo. Entramos por éste: ¡plena selva!, ¡silencio profundo ! ¡Ni un rumor de civilización! ... El ronroneo de la lancha despierta a los indios de una churuata que, atisbando por entre la enramada, ven pa– sar el convoy civilizador, y desdeñosamente vuelven a su chinchorro. - ¿Indios?... Luego cerca estará ya la Misión que los padres Capuchinos tienen entre ellos- pensé. 3.-LA DIVINA PASTORA DEL ARACUAIMUJO. En efecto ; como a la media hora se divisan unas casitas blancas de estilo em·opeo, apiñadas en torno a una iglesia que se yergue sobre ellas, como la gallina en áctiiud de vigilar por sus polluelos. El sol lanzaba sobre los techos de cinc sus últimos rayos que rebotaban desdoblados en perlas de grana. 53

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