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¡Oh, Mogollón! ¿No conoce el lector a Mogollón? Pues voy a tener el gusto de presentárselo: Es un joven regordete, vivaracho y gracioso que nos prestó gran uti– lidad durante el viaje con su oficio, con sus amenidades y con su exquisito café aguarapado que de cuando en cuando nos servía. Oriundo, como la gran mayoría de los criollos que merodean por estos caños, de la isla de Margarita, sabía el arte de marear al dedillo, pues lo mismo navegaba en una balandra o en una goleta o en un tres-puños para Trinidad, Curazao y los caños del Territorio, que daba cinco vueltas al más erudito bachiller. Baste decir que aprendió a andar a gatas en un bote y que frecuentó las aulas portuarias inglesas, holandesas y nacionales. Corría parejas con su destreza en manejar el timón o la máquina o la vela o el remo, el arte natatorio, por– que desde chiquito vivió entre buceadores y había ha• jado muchas veces con escafandra y sin ella al fondo del Caribe a extraer las perlas que, por ser tan abundantes en aquella región, han prestado su nombre a la isla de que él es nativo: ¡Margarita! Pero en nada de esto se gloriaba él tanto como en su religiosidad, que hacía consistir en una afectuosa de– voción a la patrona de la isla, la Virgen Santísima del Valle. Y, cierto, muchas veces, por menos de nada., le había oído exclamar: « ¡Mi mae, Virgen del Valle! ¡ Vir– gen Santísima del Valle!))' y ahora corroboraba su aser– to desabrochándose la camisa y mostrando una imagen de la Virgen dicha, que llevaba sobre su pecho a modo de escapulario. Era de oírle verborrear con su gracejo entre anda– luz y extremeño contando la aparición milagrosa de la imagen en una playa cercana al Valle del Espíritu Santo, 52

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