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ños plagosos, donde a la picadura de la golofa se suce– de el aguijonazo del mosquito, y al ardor del día, el bo– chorno de la noche! ¡Horas y horas acurrucado en frágil bote aguantando los rigores del sol tropical! ¡Noches eter– nas a la intemperie bajo un pabellón de tela, asediado por zancudos chupadores! ... Salimos de Upata en un camión de carga hasta el puerto fluvial de San Félix y allí esperamos la llegada del vapor Delta, mencionado ya anteriormente. Cinco kilómetros más arriba de este puerto recibe el Orinoco las aguas del Caroní, las cuales bajan con tal impetuosidad, que corren largo trecho sin confundirse con las de aquél, distinguiéndose peifectamente la fran– ja que forman en el medio. En un vapor de cien toneladas no había por qué te– mer, y así llegamos con toda :felicidad a Tucupita, donde nos apeamos para cambiar de embarcación y de n1mbo. Nos hospedamos en la casa panoquial, bonito edifi– cio, todo de mampostería, 1·ecién construido, pero no muy agradable, porque dentro se asaba uno de calor, y fuera le comían los mosquitos. Al fin, optando por el fresco, Monsefior y yo colgamos nuestras hamacas en un corredo1· abierto y procuramos defendernos de la plaga con pabellones de tela ; mas, o porque éstos no quedaron bien colocados, o po1·que el rejo de los mosquitos pene– traba tela y hamaca, lo cierto es que, sin pegar el ojo, pasamos toda la noche en continuo desasosiego. No esperamos a que amaneciese para celebrar la santa Misa, y, ésta concluida, dijo Monseñor: -Preparen y andando. Mas todo el día se nos fue en la preparación y no pudimos andar, por lo que hubimos de sufrir otra noche más la plaga importuna. 50

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