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conocer a la misma familia que poco antes había deja– do ! Sin darme cuenta había vuelto al mismo punto de partida. -¿Qué es esto? -dijo estupefacto. -Ya lo ve, Padre. Está usted en su casa. Acuéstese y deje de pensar en Upata. Me dieron ropa para mudarme, porque estaba entera• mente sudado, y me acosté. Sentía dolores agudos en los riñones, prolongadas intermitencias en el corazón, fuertes pulsaciones... Al fin concilié el sueño, y al des– pertarme a las dos de la mañana, ¡cosa admirable !, me sentía completamente restablecido, de tal manera que, poniéndome un traje del amigo, emprendí de nuevo el viaje a Upata, que distaba dos leguas y media. Llegué al pueblo a las cinco y, mandando dar un largo repique para que supieran los feligreses que ha– bía llegado, me senté en el confesonario, celebré Misa solemne, dejé al Señor expuesto todo el día, y por la noche subí al púlpito a cantar los favores del Corazón Sacratísimo de Jesús.
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