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8.-CAPITULA MINUTA. Solamente la iglesia y la casa que fue de los fraile! tienen techo de teja. Las demás están cubiertas con ho– jas de palmera. La casa de los frailes, con ser la mejor del pueblo, está deshabitada, pues corre una conseja de que todas las noches afluyen espíritus, como murciélagos, a custodiar un supuesto entierro de doblones en oro he– cho poi· aquellos pobres frailes mendicantes; y los senci– llos gurianos, que lo creen a pies juntillas, no quieren dan– zas con tales espíritus. Para demostrarles que no hay ta– les carneros, allí colgué mi hamaca, pasando las noches de un tirón sin percatarme de los alevosos murciélagos. Los vecinos de_este pueblo, seres adorables de inge– nuidad y candor, profesan a San Buenaventura, el pa– trón que les legaron los misioneros capuchinos, una de– voción acendrada. Cuatro días moré con ellos, enseñándoles y adoctri– nándolos, queriendo _meterles todo lo principal de la re– ligión en tan corto tiempo. Tocaba y repicaba; mas, al principio, poi· la falta de costumbre, ¡cuán pocos acer– taban con el camino de la iglesia ! Al fin, fueron caldeándose los ánimos y resolvimos celebrar la fiesta del Santo a más y mejor. Arreglamos la capilla con sábanas por manteles; descendimos a San Buenaventura con muchísimo trabajo -su talla es de dos metros--, y, bajo ocho hombres fornidos, salió pro– cesionalmente por las calles del pueblo, yendo todos los demás apiñados junto al glorioso patrón, reepondiendo a los rezos que yo dirigía y cantando los himnos que yo entonaba, los cuales previamente les había ensayado. La ceremonia, por lo sencilla, candorosa y desusada, resultó emocionante. 42

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