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en una loma, sano, fértil, dominando u.n vasto horizonte... y, sin embargo, Guri se va despoblando paulatinamente. Ignoro cuál pueda ser la causa. Mas el hecho, aquí y en otras partes, es éste: pueblo sin sacerdote, que descuida la religión, marcha hacia la ruina. A su lado corre tranquilo el río Caroní, ancho como su padre el Orinoco, del que es afluente, pero no se pue– de navegar sino a cortos trayectos por la multitud de rau– dales y cascadas. Desde Guri hasta la desembocadura en el 01·inoco hay tres formidables saltos de agua, que cada uno por sí solo podría dar fuerza eléctrica a una nación enteu. Este es el río del cual muy bellamente canta el Vate venezolano en su poema El río de las siete estrellas. Canto al Orinoco: El quinto es la piedra que va monte abajo, potro desbocado, cola y crines negras, piedras de diamante, luminosa piedrn. Camino arduo de los Conquistadores, zarzal de la limpia rosa misionera, brei'íal par donde se mete el Cristo buscando ovejas, milagro de la conquista, CARONI despeiiado, Bucéfalo de A mé1·ica. Arrastran sus aguas oro y diamantes que, como me– tales pesados, van quedándose aquí y allá en el fondo, ocultos entre la arena. Por eso, durante las épocas de se– quía es grande la afluencia de codiciosos urgadores que van a bucear logrando a veces no cles1H'eciahle fortuna. 41
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