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A El me acogí en nombre de todos. En esto, se oye la voz lúgubre del copiloto: « ¡Cuatro galones!>> ; dando a entender que sólo quedaba esa can– tidad de gasolina en el tanque, para que el piloto supie– ra a qué atenerse. El piloto mira y remira tratando de localizar algún 1·ío para que la caída en el agua sea menos mortal que entre los árboles... Los pasajeros le seguimos ansiosos, ¡ en silencio ! Voz lúgubl'e del copiloto: «¡Tres galones!» El radiotelegrafista abandona el aparato y se dil'ige a la po1·tezuela de atrás, encontrándose con las miradás inquietas, penetrante de los pasajeros ... ¡Nadie .inteno– ga ni grita! Voz lúgubl'e del copiloto : «¡Dos galones! J> El aparato de balancea inconstante a uno y otro la– do, como un toro herido que va perdiendo el equilibrio en proporción que se le acaba la sangre... Hago el acto de contrición... «En tus manos, Señor, encomiendo ... J> Voz desespel'ante del copiloto: «¡Un galón!)) Sel'eno, el piloto desconecta el carburadol'. No tenía ya objeto al no haber esencia en los cilindros, y una chis– pa que saltara sobre los residuos de gasolina en los tu– bos de alimentación, que probablemente se romperían al chocar contra la jungla o cont1·a el suelo, podía originar un incendio. Llega con el aparato casi hasta las copas de los árboles y, en lo que agott'í el último recurso, lo en– trega a la ley de la gravedad. 4.-COLGADO DE UN BAR ROTE. ¿ Cómo cayó el avión por entre los árboles? No lo sé. En la vertiginosidad de la caída perdí el conocimiento, 233
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