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cuerpos contra las sillas. Mi taburete ni era fijo ni te– nía cinturón de amarre. Comprendí Ia gravedad del caso. Di la absolución en bloque a tripulantes y pasajeros, y me agarré a la si– lla próxima como el tigrito acosado se agarra al lomo de su madre. Observé que los pasajeros se miraban con semblan– te de consternación, como inquiriendo: «¿Qué pasa!» Mas todavía no se daban exacta cuenta de la gravedad del peligro. Estábamos aún colgados del cielo sobre las nubes. El piloto habló con su ayudante palabras que no en– tendí -posteriormente supe de él que le ordenó fuese indicando el consumo de la gasolina remanente-. Luego dijo al rndiotelegrafista: « ¡S. O. S.! (la señal internacio– nal para pedir auxilio urgente: Save Our Souls ). Agitó éste reiteradamente el manipulador Moroe. Dio el piloto un vistazo hacia afuera por la ventani– lla y lanzó el avión en picada por un profundo cráter c¡ue descubl"ió en el apelmazamiento de nubes. La sensación desgarrante de este salto en el vacío es imposible de traducir. En un pl"Íncipio me imaginé que el piloto lanzaba expresamente el avión con toda su fuer– za contra el suelo para que la muerte fuese instantánea. Una vez bajo las nube5, volvió a contene1· el apara– to . De los 2 .000 metros a que nos encontrábamos, había– mos de8cendido a los 800. ¡Situación honorosa ! Nos hallábamos flotando inde– cisamente en un espacio tétrico, cubierto por la mara– ña de nubes compactas, color grisáceo, y por la inmensa, verde y tupida selva. ¡Una a favor, por cien probabilida– des en contra! Una a favor: ¡La protección de Dios! ¡Ni un claro que nos permitiera ver otro rayo de esperanza! 232

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