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las pocas provisiones sa.lvadas del aguacero se mojaron aquí. No me olvidal'é n~nca de esos raudales y del susto que pasé en ellos ; los retengo aún frescos en mi memo~ ria con sus nombres: Saupán, Uairá, Uairarimá, Munuí, Asal'ek y Muenaká. Seguimos por un cañón llano y estrecho, yo mudo del susto, los indios charloteando y comentando cada esce– na y .cada pinieta acompañadas de grnciosa mímica, para lo que han nacido pintados estos salvajes. 7 .-CANCION ASTURIANA. A las dos horas vimos chozas en una loma talada a la izquierda del río, la cual lleva por nombre Potorimá. Sus moradores estaban a la expectativa en la parte más visi– ble oteando nuestra llegada, pues fue el lugar donde mis indios consiguieron la canoa. Me incorporé para saludar– les deBde lejos; pero, 1·econocerme ellos a mí, blanco ves– tido de blanco, y echar a correr hacia la espesura como alma que lleva el diablo, fue todo uno. Les llamé, gritando, en su dialecto; les dije que ve– nía a conocerles, a ser amigo de ellos, a regalarles cosas... ¡Silencio sepulcral! Desembarqué ; registro las dos chozas que había... Me dio la sensación de encontrarme en un cementerio abandonado, barrido por la peste. De ellas salían pesadoe miasmas, olor a podredumbre. Indiqué a mis indios acom– pañantes que se internaran hasta encontrar al cacique y le disuadieran de sus temores. Mientras tanto, me senté en un banquillo que habían dejado a la puerta de uno de los ranchos, un pedazo de tronco de unos treinta centímetros de alto, pulido y des- 195
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