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Y los infieles ante tus plantas se postran, Madre, y en tu redil entran gozosos y allí te cantan: "jDulce Pastora, Reina gentil!" 2,-ESPANTANDO A MAVARI. El sol nos caía perpendicularmente como un barre- 110, cauterizando cabeza y tronco hasta el zancajo. De vez en cuando soplaba del Poniente una brisa tan cáli– da que nos hacía retener el huelgo. De prontc. !eflexio– n.é: «Hoy, víspera de mi seráfico Padre San Francisco, de seguro que le va a preceder el cordonazo.>> Y dije a mis indios: -Apurad la marcha, hijos; que presiento tormenta. Pero como si cantara un carro. Entonces, para esti– mularles, me pongo delante y empiezo a taconear por aquella corteza de tierra Flana y verde desde la aurora de los tiempos. Eso querían los indios, ir detrás de mí para caminar más a su gusto. Sudando hilos gruesos les espero a la sombra de un árbol solitario mientras contemplo el horizonte hacia el Cllal marchábamos. Nos faltaba como media hora para de– jar la sabana y meternos por una selva encajonada entre dos montañas de considerable altura: la de la derecha, {J!Ue nos caía al Norte, era la sierra de Akopán, larga, frondosa en la base, pelada en la cima, y de abruptos acantilados; su altura quizá llegue a los dos mil cua– trocientos metros sobre el nivel del mar. La de la iz– quierda era una serie de picos en fila, del mismo tama– ño y formación que la opuesta, unidos por su asiento. El cañón de selva o desfiladero por el cual íbamos. a n1eternos oscilaba entre los ochocientos y seiscientos me- 187
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