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DEL KARUAI AL TIRIKA l.~EL HIMNO DEL MISIONERO. O CHO días tenía ya en Uonkén. Las provisiones mermaban pavorosamente, y la excursión estaba aún en sus principios. Aunque traté de economi– zar lo posible enviando mis indios acompañantes a cazar para que el jornal no les con:iese tan de gracia, y aunque ellos regresaban casi todos los días con alguna pieza vo– látil o terrestre, mas aquella pollada de indiecitos, cons 0 tantemente a mi lado, me enternecía y me chupaba las tajadas, reservándome a duras penas el corazón y los hí– gados. Los ojos se les salían de sus órbitas y estiraban el cuello, como patitos, hacia la cazuela cuando les pegaba el olor del aderezo. ¡Pobrecitos! ¡Nunca habían probado má! que carne asada sin sal, o a lo más hervida con ají! 185
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