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tenía otra vez a mi lado, sentados sobre el duro suelo, pidiendo rezos y más rezos, cantos y más cantos, hasta que les despachaba para comer. Volvían a la ca1·ga en la tarde, que ·uníamos con el santo Rosario, hasta que, rendido, les obligaba a que me dejasen dormir. Hubo días de no poder rezar el Oficio divino y verme apurado para ciertos menesteres, porque si me levantaba me seguían a sol y a sombra. ¿No estaría nuestro Señor muy complacido desde el cielo en estas 1·euniones de descamisados analfabetos, ham– hrientos de conocerle y sedientos de amarle'? ¡Oh, sí lo estaba! ¡ Y con qué generosidad iba preparando sus co– rnzones para infundir en ellos el beneficio inestimable de la fe que tantos sabios del mundo ricamente vestidos rechazan! Fueron b.ien aprovechados aquellos días, al f.in de los cuales mis indiecitos rezaban ya con soltura y sabían todo mi repertorio de cánticos. Bauticé cuarenta y seis personas, entre niños y mayores, legitimé los matrimo– nios que había naturales, y quedaron todos muy ani– mados a practicar los preceptos del señor para hacerse acreedores al c.ielo hermoso de que les había hablado. 13.-MEDICO SIN SABERLO. Sucedió un hecho durante mi estancia entre estos in– di os que lo concep túo <le providencial para reafirmarlos en la veracidad de la doctrina que les predicaba. El segundo o tei·cer día de mi llegada (no recuerdo bien) fue domingo. Por la mañana les expliqué lo que significa ese día para los cristianos, cómo debemos con– sagrarlo al Señor oyendo con devoción la santa Misa y 182
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