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-Bueno; pero, mira --l'eplicó el cacique-: dentl'O tiene ya becerrito chiquito; por él me vas a traer un cuchillo. Negocio cenado; dos objetos por dos objetos, y los dos indios ¡tan sati:;,fochos ! A pesar del pequeño incidente y de que me sangra– ban como sanguijuelas, porque no hacían más que pedil' -todo se les antojaba-, pasé entre ellos ocho días muy contento. Eran dóciles, afectuosos, tenían hamb1·e de es– cuchar la doctrina que yo les predicaba en rn lenguaje, no bien pergeñado, y más aún de aprender los cánticos que les enseñaba, también en su idioma. 12.-CATEQUESIS A TODO TRAPO Adecenté un ranchito abandonado, en el que me puse a vivir con mis indios compañeros y lo convertí, además, en capilla. No tenía ventanales policromados; pero la luz que entraba sesgada por los vanos del techo daba al oratorio cierto aire de misticismo. Ni vía-crucis, ni churriguerescos altares, ni bizantinas imágenes había; sólo una tosca mesa, que hice con estacas y palos, donde todos los días celebré el santo sacrificio de la Misa; en– cima de ella un crucifijo, y más arriba un cuadro de la Santísima Virgen bajo la tierna advocación de Pastora divina de las almas. Allí los congregaba mañana y tarde para explicarles los misterios de nuestra santa fe, enseñal'les a rezal' y cantar. La I"Cunión era de lo más pintol'esco y de lo más digno de lástima: hombres y mujeres, niños y mucha– chos, todos en confusa mezcla, sentados sobre sus pies o en el suelo alrededor de mi hamaca, que era el púlpi- 179
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