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gaire, y los perros -que los de estos indios todos son pequeños y flacos-- con las orejas tiesas y el ojo avi– zor en acecho de alguna lagartija. El último de todos iba yo, como pastor de buen 1·ebaño. Corríamos que daba gusto por aquella sabana fresca y hermosa, todos en fila de a uno, pisando el trillado sendero, abierto anteriormente por sus pies desnudos, el cual no tenía más de un palmo de ancho, lo justo para acomodar yo la suela del zapato. A mediodía llegamos a Uonkén. l 1.-UONKEN Y SUS INDIOS Es este caserío indígena uno de los más poblados en toda la región de la Gran Sabana. La situación le favo– rece. Está en una planicie verde y lozana cerca del río Kamái, el cual es abundante en pesca, y más cerca de la quebrada de Uon, de la cual recibe el agua y el nom– bre. Por la parte Nordeste, Norte y Noroeste comienza a los pocos metros una anchurosa y no tan apretada sel– va que se abre en forma de abanico con una extensión ilimitada, la cual, amén de ser propicia para cultivos, es abundante en animales de caza. Es decir: aquí tienen los indios lo que miis apetecen en su vida autóctona: campo abierto, agua, leña, caza y pesca. Recibiéronme con grandes muestras de afecto, porque muchos habían visto ya religiosos misioneros y hasta habían recibido el bautismo católico. A poco de llegar yo, foeron desfilando con obsequios: quién traía una hermosa pma, quien una mano de cambures, éste una torta de cazabe, el otro unos tubérculos de patata o ñame... Claro que esto no lo hacían poi· puro afecto, con fin 177
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