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A tal tiempo, salió la v1eJa con una cazuela de her· vido en la que abundaban verdosos saltamontes salco– chados, y la puso delante de mí sin decir palabra. De– trás salieron mis indios riéndose, y con sorna decían: -Padre, ay-ekari-ten (Padre, tu comida). Ganas me dieron de tiral'les la olla a la cabeza. Mas, cerrando los ojos, para congraciarme con los infelices del rancho, tragué... ¡No vi lo que tragué! Tras este vencimiento hube de hacer otro mayor: el de colgar mi hamaca dentro de la choza, porque no me 8entía bien, y desde allí empecé a hablar a los visitadoli sobre los temas de religión. ¡Gran auditorio ! : ¡cuatro espectadores! Pero aquellas cuatro almas esperaban la gracia de Dios; Dios se la enviaba por mi conducto, y yo tenía que distribuírsela. 10.-¡ADELANTE ! Amanecí sin fiebre y algo más animado. Atravesa– mos el río por un puente, que era un tronco de árbol, lo11 indios a pie firme, yo a horcajadas, porque de nada pier– do el equilibrio. Subiendo lomas y bajando cerros, ¡ad(}– lante por aquellos caminos de soledad! Hice noche en Uaiparú y, como estábamos ya cerca de Uonkén, invité a los .indios de este caserío, que eran unos veinte, para que me acompañaran allá, donde iba a detenerme unos cuantos días, y les iba a hablar y cantar largo y tendido. El viaje para los indios es un entretenimiento, y lo aceptaron sin vacilación. A las ocho del día siguiente empezó a desfilar la caravana: los hombres con sus flechas, las mujeres con sus ollas, camazas y dormitorios; los muchachos al des- 176
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