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más costoso y lento, es recoger los niños indígenas en or– felinatos o colegios donde vivan de continuo, criarlos y educarlos desde su tierna edad en la religión, en el amor al trabajo, a la virtud y a la vida social. Con ellos se irán constituyendo los nuevos hogares que forma1·án los nuevos pueblos cristianos y civilizados. Arguyen los refractarios a nuestro método que «en el internado se desliga enteramente al indígena de su hogar y familia y hasta de su tierra y ambiente; que úni– camente se le da un aprendizaje escolar o académico sin los conocimientos básicos necesarios para ganarse la vida con los recursos naturales que en su tierra y ambiente se le ofrecen; y que no se atiende a los familiares que que– dan fuefa, para irles dispon.iendo a los cambios y mejo– ras que', por medio de los educandos, se van a introdu– cÜ' en su vida autóctona. Estas afirmaciones no merecen refutarse porque son afirmaciones gratuitas. Los que las han publicado no es– cribirían tales simplezas si antes hubiesen ido al propio campo misional y hubiese visto los lugares donde están nuestros colegios, la enseñanza que allí se da y el trató o comunicación que tienen con los indios de afuera. Nosotros, persuadidos desde un principio de que la rehabilitación del indio por el método de Internados ern aquí, en esta Misión -dígase lo que se quiera de otras partes- la más segura y eficaz, a ella nos entregamos y en ella pusimos nuestro mayor esfuerzo. Mas no era fácil asunto encontrar voluntarios para el colegio, pues dudo haya gentes tan reacias a ceder si– quiera temporalmente sus hijos para que reciban buena educación como estos viejos pemones de la Gran Sabana, ni chiquillos tan pegados a sus padres y amantes de la libertad como estos indiecitos. A fuerza de regalos y her• 147
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