BCCCAP00000000000000000000745
El día que iba a salir para Santa Elena, dos perros grandes tigreros que tenían en la casa olfatearon mi via– je y daban vueltas alrededor de mí, meneando ágilmen– te la cola, como diciendo: <eDéjanos ir contigo». -No; vosotros vais a necesitar más carne de la que yo puedo llevar a la espalda, y no quiero que os muráis de hambre en el camino. Quedaos en casa. En otra oca– sión os llevaré. Mas ellos redoblaron sus zalamerías. Entonces dije al compañero : -No quiero que estos penos se vayan conmigo y quedé.is aquí desamparados. Amárralos y ténlos sujetos hasta un buen rato después que yo salga. Obedeció el Hermano. Cogí mi guayare y mi h01·bón y, acompañado de dos indios, camina caminando llegamos al 1·ío Apanhuao. Lo atravesamos en una frágil canoa y, mientrns lo atravesaba, me acordé del hecho ocurrido a nuestro excelentísimo Vi– cario Apostólico, Monseñor Nistal, en ese mismo punto, el cual voy a referir, porque muestra hasta dónde pode– mos confiar en los indios que llevamos para ayuda. Fue el caso que la canoa en que lo atravesaban tenía un boquete, el cual procurada tapar bien con hierbas y hojas; pero el tapón saltó con la fuerza del agua y se inundó la canoa cuando se hallaban en medio del río. Monseñor se fue con zapatos al fondo; el indio, a fuer de buen nadador, ganó en seguida la orilla y, sentado en ella, esperaba a ver si Monseñor salía o no. -¡Que se ahoga Monseñor! ¡Entra a ayudarle ! - gri– tó el misionero desde el otro lado. Y el indio: -Pues no sale. .. Que se ahoga ... ¿A ver si se ahoga? -y seguía sentado muy tranquilo , en espera de ver si Monseñor salía o no. 142
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz