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mejor de éste o de otro modo. Y formábamos disquisicio~ nes sobre estos puntos como sobre cuestiones de alta teo– logía. Con este andar monótono, a tientas y en experimen– tos, se pasaban los días y los meses, unas veces con es– peranzas, otras con desalientos, con alegría unas veces, con tristeza otras, unas con amor y otras con trabajo, todo lo cual procurábamos añadir a las lágrimas y a la sangre preciosa del divino Redentor para lograr que arraigase y fructificase allí la Iglesia santa de Jesucristo. Ciertamente, la gran pobreza en que vivíamos, la falta de medios para trabajar, el desconocimiento del idioma y de la índole psicológica de los nativos, la ig– norancia de ciertas cosas que allí nos era tan necesario saber, ernn la causa del poco adelanto que el principio llevaba aquella sociedad incipiente; pero de ninguna manern la falta de buena voluntad y mejor deseo. Los apremios con que la Santa Sede urge para que los misioneros vayan . al campo de operaciones con el acervo de conocimientos especiales que reclama el ejer– cicio de su apostolado, son dignas de tenerse muy en cuenta y de ponerlos en pl"áctica. 4.--COMPAÑEROS POCO AGRADABLES. No estábamos solos en aquel paraíso desmantelado, y los compañeros que más nos visitaban eran los mos– quitos. El que abundaba era uno pequeño y negro, que en ciertas partes llaman piún y en otras muy acerta– damente mosquito bravo. Clava su aguijón con tal li– gereza que uno siempre acude tarde a aplastarlo; cuando llega la mano, ya él se ha ido cargado de sangre. Lo 135

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