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utilizábamos esa misma habitación para escuela, reeihi– dor y otros usos, porque era la única sala de la casa. Toda la choza no tenía más que nueve metros de largo por cuatro de ancho; esto en el centro, que en los lados se estrechaba, por tener la forma de óvalo. Había sido hecha por los indios antes de nuestra llegada, y era toda de construcción bahareque, esto es, de palos entre– tejidos con cañas y barro, cuyas paredes tenían dos me-– tros escasos de alturn, techo de paja, como dije, y piso de liena. Había en ella tres divisiones o compartimientos: el de la izquierda hacía de cocina y de dormitorio para los seis muchachos indígenas; el del centro era la capilla– escuela-locutorio, y el de la izquierda era un cuarto os– curo, donde se metían todos los cachivaches y herramien– tas, encima de los cuales colgábamos nuestras hamacas los misioneros. A bañarnos íbamos a la quebrada, para los otros menesteres teníamos la amplia sabana. Nuestras conversaciones nunca versaban sobre la po– lítica del mundo, porque no recibíamos periódicos ni iba nadie a llevarnos noticias ; sólo recibíamos cartas de los Superiores o de los familiares cuando alguno de nos– otros bajaba al Cuyuní por bastimento -esto era cada dos o tres meses-, que entonces encontrábamos allí el correo detenido en espera de oportunidad para ser des– pachado. Nuestras charlas, muchas veces por necesidad, tenían que versar acerca de la agricultura: si el terreno sería propicio para tal o cual simiente; si el tiempo de sembrar sería en éste o en el otro mes ; si la sequía nos .agostaría lo sembrado y cómo conduciríamos el agua para regarlo; o bien, acerca del ganado que habíamos intro– ducido ya por la parte del Brasil -que era la única vía transitable para bestias-; si en tal o cual parte tendría mejor pasto ; si los corrales de encierre estarán 134
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