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con carne ; al mediodía, carne con arroz ; por la noche, ari-oz y después carne. Poco podía hablar con los indios, careciendo del .co• nocimiento de su idioma, por lo que transcurrieron con dolor días y meses en inacción aparente, entregado a la ruda tarea, como párvulo, de emborronar cuartillas, copiando palabras y más palabras, para luego :mete1-las en la mollera; y, como muchas veces las copiaba mal porque no captaba bien su pronunciación, tenía que tachar unas, corregir otras, hasta que con este trabajo de tiempo y paciencia logré dar con la clave del idioma. Hartas ve– ces me pareció que nunca iba a ser capaz de aprenderlo. Los otros :misioneros tampoco estaban aún familia– rizados con el lenguaje indígena; por eso, todo nuestro ministerio, fuern de las horns de trabajo, se reducía 4 enseñar a leer o deletrear en español a los indiecitos que teníamos en la casa y a 1·epetirles una y cien veces las principales oraciones de la Iglesia en castellano para que las a.prendieran, aun sin entenderlas. Luando llegamos a trnducir, aunque no con fideli– dad, estas oraciones al idioma de ellos, entonces congre– gábamos a todos, los de fuera y los de dentro, en la ca• pilla, leyéndoles a trompicones dichos rezos, que elloE¡ repetían con :manifiesta alegría y candor. La capilla creo que ganaría el campeonato de pobre– za entre todas las capillas pobres del mundo, pues no er a más que una habitación de la miEma casa, o mejor di– cho, choza misional, con piso de tierra y techo de paj a.. No había en ella más que una sencilla mesa de madera, que era el altar, con su sagral'io donde moraba el Rey de los cielos, y una pequeña imagen de San Francisco, nuestro seráfico Padre. Cuando no estábamos en los actos de culto, corríamos una cortina puesta cerca del altar y 133
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