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quiere llevarle al bien o al mal. Pero también tiene de niño el buen humor, la sencillez (no exenta de zalamería), el sentimiento innato de justicia delante de las faltas de otro que él juzga inexorablemente, o delante de las suyas que deplora con pl'Onto arrepentimiento ; el cariño, cierta– mente superficial, pero pronto, bl'Otando en expresiones candorosas. Juntamente con esto tiene un sentimiento de– licado de confraternidad, que lo lleva a partir espontánea– mente con sus vecinos la comida y las provisiones. En una palabra, toda esa mezcla, tan llena de contrastes, de cua– lidades y defectos del niño: esto es el indio». Estos indios, según el acertado decir de un compa– ñero mío de Misión, «viven como embriagados, domina– dos y absorbidos "por la naturaleza». El se refiere a la naturaleza exterior, pero yo lo entiendo también de la naturaleza interior, de la naturaleza humana caída, y «no conociendo gran cosa lo que es hacerse fuerzall, por eso, en general, viven dominados por los vicios o defectos de esa misma natm·aleza. Los que los defienden a capa y es– pada de tales vicios o defectos, se esfuerzan por hacer resaltar hechos esporádicos contrarios que no destruyen sino comprueban el hecho general, o aducen la existencia de hechos similares en regiones civilizadas, y esto a lo suma prueba que hay criollos o civilizados con los vicios y defectos de los indios, pero no el que los indios carnz– can de ellos; de lo contrario, poca labor tendríamos que realizar los misioneros entre ellos, ya que la de levantar– los moralmente es nuestra tarea más ardua. Es un territorio de tales bellezas y entre unos indios de tal vida y costumbres había caído yo en atravesando que atravesé la selva y montañas del Cuyuní. M.i primera morada fue la incipiente Misión de San Francisco de Luepa. 129
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