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cerros; pero son también muchos los casos en que peren– nemente el chorro salta de los bordes de las elevadas me– setas. El principal río que atraviesa y recoge las aguas de toda la región es el Caroní, y de él ha tomado su nombre específico el Vicariato Apostólico. De todos los cerros que se empinan sobre la superfi– cie sabanera, el más alto, el más corpulento, el más cele– brado por los indígenas, es el Roroima. De todos los ríos que corren por sus fértiles vegas, el más caudaloso, el más despeñado, el que más evocan los indios en sus leyendas y cantos, es el Caroní. «Caroní y Roroima -escribe un compañero mío de Misión- son dos nombres que encierran en sí todo el poema de estas tierras. Coroní y Roroima; es decir, hijo y padre (el primero nace en la cumbre del segundo), lá– grima y ojo, agua y piedra». La Gran Sabana es una 1·egión bella ; bella en sus me– setas de distintos niveles que poseen distinta flora y fau– na, bella en sus cerros de caprichosas figuras, bella en sus ríos de cristalinas aguas, bella en sus cascadas de asombrosa precipitación, bella en sus alternativas de te– rreno árido y campo florido, bella en sus montes de apre– tada vegetación, bella en su clima de perpetua primavera tropical, bella en sus aires vigorosos y puros, bella en su suelo fértil, bella en sus entrañas diamantíferas, cargadas de oro, bella, finalmente, en la paz y sosiego que allí se disfruta por no estar aún contamin ada con la civilización. Pero la Gran Sabana es hoy por hoy un lugar poco menos que inaccesible. Rodeada por todos sus flancos de escarpadas serranías, intraficables sus ríos a causa de los impetuosos raudales, yace casi incomunicada, viviéndose a merced de los aviones, con los cuales no rezan ni acanti– lados verticales ni precipitadas torrenteras. 124

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