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na sin exuberante y alta vegetación. Mas no se piense que esta comarca. es toda ella uniformein.ente plana, al modo de los Llanos de Venezuela, o de la Meseta de Castilla ; es, en su mayoría, quebrada, con innumerables cerros, lo– mas, valles, ríos y riachuelos. Las mesetas y cuestas que en ella abundan tienen con :fnicuencia bordes escal'pados, por los que se precipitan los ríos abriendo en algunas pal'tes estrechos y profundos cañones de pendientes abruptas, con cascadas marnvillo– sas, venern inagotable de fuerza hidráulica y de industl'ias en alta escala; las hay de cuarenta, de sesenta y hasta de ciento veinte metros de caída perpendicular. En otras par– tes esos ríos, después de caer, forman amplios y amenos valles con numerosos meandros que presentan un contras– te acentuado en el relieve general de la región. :Los empinados cerros, que se yerguen frecuentes aquí y allá dominando las campiñas, son ingentes moles de al'enisca, de acantilados casi verticales, con amplias me– setas en la cina, lo cual hace suponer que son restos de otra planicie alta que en tiempos remotos cubrió la Gran Sabana. Hay moles que tienen dos mil cuatrocientos y dos mil ochocientos metros de altura sobre el nivel del mar, y la cumbre de alguna de ellas -la del Roroima, por ejemplo- es una meseta de siete kilómetros de largo por tres de ancho. De estas cumbres se desciende, como por escalones, a altiplanicies de mil quinientos y mil dos– cientos metros de alturn, y, finalmente, a llanuras entre ' ochocientos y seiscientos metros sobre el nivel del mar. La cantidad de ríos y quebradas de esta región es asombrosa, pudiendo asegurar que no se camina media · hora a p.ie sin tropezar con un riachuelo de agua fresca, cristalina y perenne, aun en las estaciones de mayor se– quía. Esta agua brota ordinariamente de la falda de los IU
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